jueves, 23 de febrero de 2012

Holanda, drogas legales = prisiones vacías

Este jueves una noticia llamó poderosamente mi atención: “Cierran cárceles por falta de presos”. El lugar: Holanda.  Cuando llegué a vivir a Amsterdam sabía que venía a un país singular, famoso y reconocido en el mundo por sus bicicletas y el consumo legal de drogas suaves como la mariguana.

Estar aquí me ha permitido entender la noticia: éste es un país de personas de buena voluntad. Hay aquí una conciencia nacional de evitar hacer aquello que pueda dañar a  la comunidad. Los holandeses respetan sus leyes ante todo, nadie trata de tomar ventaja.  A diferencia de quienes crecimos en países de Latinoamérica, asolados  por la criminalidad, y que hemos aprendido a cuidarnos de nuestros compatriotas en casi cualquier tipo de transacción, los holandeses esperan que cualquiera actúe de buena fe.

No me sorprende que tengan ahora un déficit de reos. Después de leer el encabezado en el periódico mexicano El Norte, busqué la información en los periódicos holandeses. No fue fácil. El hecho no encontró espacio en las primeras planas.

Irónicamente, la noticia principal en la página de internet de Het Parool, uno de los más importantes periódicos holandeses, era respecto a los planes y discusiones sobre la legalización de la producción de la mariguana, que ocupa a los holandeses recientemente para... ¿adivine?: disminuir los índices de criminalidad.

El enfoque de Het Parool respecto a las cárceles fue distinto a los medios de otros países, pues incluyó información de cuántos empleos se perderían al concretarse los planes, dados a conocer por el Viceministro de Justicia, Nebahat Albayrak, de cerrar ocho prisiones para el 2012, y qué garantías tendrían los trabajadores despedidos.

¿Por qué no delinquen los holandeses?
Los Países Bajos tienen una población de alrededor de 16 millones, y hay 12 mil personas en prisión. Holanda es un país con mucha igualdad, no hay aquí barrios de pobres o de ricos. Algunas calles pueden ser identificadas como de clase alta, pero sus habitantes lucen casi siempre igual, quizá tengan una bicicleta más cara, pero en general no hay ostentación que denote las diferencias económicas.
No se tiene que ser pobre para recibir exenciones de impuestos o subsidios, incluso la vivienda social (casas que el Gobierno renta aproximadamente a una cuarta parte del valor del mercado y que están disponibles para cualquier holandés sin importar sus ingresos) es vista como una forma de promover que personas de distintos niveles económicos y educativos convivan en un mismo edificio.

Quizá la principal división es la raza o el país de origen, hay barrios de mayoría inmigrante, pero incluso quienes llegamos de otros países encontramos oportunidades y podemos tener una vida digna. El Gobierno holandés funciona, dirige, rige; y sus habitantes son ciudadanos, de esos que la Real Academia de la Lengua Española define como “hombre bueno”.

Desde luego que en este país también se cometen delitos, asesinatos y robos, pero los homicidios son cosa rara. Cuando pasan se difunden con una perspectiva completamente distinta a lo que estamos acostumbrados que hagan los medios de comunicación americanos.

Hace un par de meses ocurrió un asesinato a un costado de una escuela; la policía ordenó que los niños no salieran al patio y montó una carpa que cerró por completo la vista hacia el lugar de los hechos. Los padres llegaron a recoger a los niños a la hora de salida habitual, y todo lo que ellos vieron – y los televidentes también-  fue a varios policías que entraban y salían de una tienda blanca. Los robos se reportan a la policía y ésta busca a los responsables.

La televisión holandesa tiene un programa policiaco -pero olvidemos por completo los programas llenos de contenido amarillista-. El de aquí es un espacio para que la policía dé a conocer los delitos que se hayan cometido recientemente y que informe a la población sobre los lugares en donde es más común sufrir robos, los horarios en que normalmente se llevan a cabo y el modo en que operan los delincuentes.

Se dan a conocer las características físicas de los maleantes o se muestran imágenes o retratos hablados. Luego, se entrevista a los agentes policiales que llevan a cabo la investigación y se proporcionan números telefónicos en los que se recibe información que pueda ayudar a capturar a los maleantes.

Hace un par de días encontré en los periódicos locales que en ciertas zonas turísticas de Amsterdam era común que dentro de restaurantes y cafeterías los ladrones aprovecharan cualquier distracción para robar los bolsos que los clientes normalmente cuelgan de las sillas o ponen a un lado de sus mesas.

Ante ello, el Gobierno ahora está instalando, sin costo para los restauranteros, ganchos debajo de las mesas para que se cuelguen las bolsas en ellos y sea más difícil sustraerlos. También se realizan investigaciones de carácter sociológico en las que se estudia la situación de los barrios en donde se registra mayor delincuencia juvenil y los tipos de faltas que se cometen, a fin de llevar a cabo acciones y programas sociales preventivos y de ayuda a la población en riesgo de romper las leyes.
Las zonas turísticas, en donde es común la presencia de carteristas, son muy vigiladas  por la policía, y hay señalamientos para alertar a los paseantes. Los trenes también lucen anuncios que piden a los viajeros cuidar sus pertenencias, pues se cometen robos en las estaciones e incluso dentro del tren; pero todos estos robos son sin violencia, en muchas ocasiones la víctima se da cuenta mucho tiempo después de ocurrido.

Las calles en Amsterdam huelen a mariguana, se supone que está prohibido consumirla fuera de los coffee shops, pero es muy común encontrar gente en los parques o calles fumando y la policía lo tolera. Este país está mostrando al mundo que lo malo no es la droga, sino la responsabilidad social y la civilidad de quienes la consumen.

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